Jean-Paul Sartre, 40 años confinado

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Lo fue todo. Y es mucho aún: el autor de obras que marcaron una época —tratados filosóficos, crítica literaria, novelas, memorias, teatro— y, sobre todo, el último intelectual total. Jean-Paul Sartre, sin embargo, no ha tenido una posteridad amable. Se le lee menos que a otros contemporáneos. De las batallas ideológicas en las que se embarcó —contra Albert Camus o Raymond Aron— no salió bien parado. Cuarenta años después de morir, el 15 de abril de 1980, sigue confinado en el purgatorio en el que entró casi inmediatamente después de ser enterrado en el cementerio de Montparnasse, en París.

“En cierta manera, no queda gran cosa de Sartre: el existencialismo no importa a mucha gente, creo que sus obras literarias son muy poco leídas. Filosóficamente, El ser y la nada es quizá el único texto suyo comentado regularmente, pero no tengo la impresión de que nadie se considere sartriano o sartriana”, dice la filósofa feminista Manon Garcia, educada, como Sartre, en la Escuela Normal Superior y autora de On ne naît pas soumise, on le devient (No se nace sumisa, se llega a serlo), una relectura, en tiempos del #MeToo, de El segundo sexo de Simone de Beauvoir, compañera y cómplice de Sartre. “Al mismo tiempo”, prosigue Garcia, “Sartre continúa encarnando al intelectual por excelencia, el intelectual comprometido políticamente. Todavía es una figura mítica del siglo XX, pero su aura es completamente diferente que en el momento de su muerte”.

En tiempos del coronavirus y del distanciamiento social, las imágenes del entierro de Sartre —aquel cortejo de decenas de miles, la multitud amontonada— produce una mezcla de nostalgia y reparo. “Si hay que referirse a otro escritor, habría que remontarse a las exequias de Victor Hugo, en 1885, para tener una idea de lo que ha ocurrido esta tarde en París”, resumió el telediario de la televisión pública francesa del 19 de abril de 1980. “Emoción, gravedad, silencio, flores, alguna escena de histeria, desvanecimientos más o menos serios y un accidente desgraciado presidieron el recorrido final del hombre de Los caminos de la libertad”, describió Feliciano Fidalgo en la crónica de EL PAÍS. El accidente al que aludía Fidalgo fue la caída de un hombre en la fosa donde iba a depositarse el ataúd. “Es la última mani del 68”, comentó el cineasta Claude Lanzmann, miembro del círculo íntimo de Sartre y Beauvoir, en alusión al movimiento estudiantil al que el autor de La náusea, ya mayor, se adhirió con entusiasmo.

La mala posteridad de Sartre podría explicarse por lo arduo de sus textos filosóficos. O porque algunas de sus afinidades ideológicas —una de las últimas fue el maoísmo— quedaron desacreditadas por la Historia. Se ha impuesto la idea de que el tiempo acabó dando la razón a sus rivales —y antes amigos— Camus y Aron. “Sartre ya había perdido la partida desde finales de los años 70”, dice Michel Winock, autor de El siglo de los intelectuales (Edhasa, 2010). “El movimiento antitotalitario, inspirado por Sojenitsin y otros disidentes soviéticos, reveló la lucidez de Camus y Aron ante el comunismo, con el que Sartre había tenido demasiada complicidad”.

Juliette Simont fue la última directora de Les Temps Modernes, la legendaria revista fundada por Sartre en 1945, antes de su cierre el año pasado. “En la escena mediática”, dice Simont, “a menudo se desconsidera a Sartre porque gusta rehacer las viejas partidas: Sartre contra Aron, Sartre contra Camus. Y siempre se dice que Sartre erró, sin tener en cuenta la dura época de la Guerra Fría en la que se produjeron estas querellas. Sin entender que entonces los lectores leían a Sartre y a Camus, que no aparecían como representantes de campos enemigos. Sin entender que estos hombres, que se oponían violentamente sobre aspectos de la actualidad, se respetaban profundamente”.

De Sartre, según Simont, queda la lección de “no aceptar nunca que el ser humano esté completamente determinado por el curso de los acontecimientos y de las leyes económicas”. “No es que niegue la fuerza y el peso de estas, pero siempre queda un margen de maniobra para la libertad, aunque sea ínfimo”, defiende.

Garcia cree que, si Sartre perdió, no fue ante quienes suele mencionarse. “Lo llamativo es que parece haber perdido la batalla de la Historia y de las ideas ante Beauvoir, algo que ni uno ni la otra habían previsto. Hoy se lee a Sartre como una figura histórica, como un momento del siglo XX, mientras que Beauvoir sigue ayudándonos a pensar el mundo”. Y así es: el feminismo precursor de Beauvoir ilumina los combates actuales.

Antoine Compagnon, profesor del Collège de France, constata que “la pandemia propulsa a Camus” —con el éxito renovado de La peste— y que “Aron cuenta con defensores ardientes en liberalismo”. Pero se pregunta: “¿Podemos hablar de un triunfo ideológico? No sabemos qué mundo saldrá de la crisis que atravesamos”.

“Si hay un libro que sigue siendo una obra maestra, es Las palabras, una de las grandes autobiografías del siglo XX”, añade Compagnon. “Es la historia de una vocación literaria, y también el relato de una conversión, de la soledad al compromiso, tan cautivador como las Confesiones de San Agustín o de Rousseau”. Al final, no era Sartre contra Camus y Aron, ni contra Beauvoir), sino Sartre contra Sartre: el escritor contra el filósofo (y el intelectual en su acepción más pomposa). Cuarenta años después, la literatura prevalece.

Con información de El País.