A cuatro manos: la novela que desenmascara las conspiraciones del siglo XX latinoamericano

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Con su característico humor ácido y un dominio excepcional del detalle histórico, el autor despliega una denuncia política disfrazada de thriller. A cuatro manos: la novela que desenmascara las conspiraciones del siglo XX latinoamericano.

En una narrativa que transita entre la crónica, la novela negra y el testimonio histórico, Paco Ignacio Taibo II desentierra las cloacas de la política continental con A cuatro manos, una obra que sigue retumbando como un eco incómodo para quienes quisieran olvidar las heridas abiertas de América Latina.

Publicado en 1990, el libro es un entramado de historias que cruzan fronteras, décadas y géneros. Sus protagonistas, Greg Simon y Carlos Ponce, un periodista estadounidense exiliado y un cronista mexicano desencantado, se convierten en los hilos conductores de una investigación que desnuda el papel de los servicios de inteligencia norteamericanos en la desestabilización de gobiernos y movimientos populares desde principios del siglo XX hasta la Guerra Fría.

Lo que comienza con la pesquisa sobre la muerte de Francisco Villa en 1923 pronto se convierte en una carrera de largo aliento que conecta Nicaragua, México, Guatemala, Cuba y Bolivia. Taibo no solo reconstruye operaciones encubiertas y asesinatos selectivos, sino que da voz a figuras históricas como Sandino, el Che Guevara y Jacobo Árbenz, con una soltura que desdibuja la línea entre documento y ficción.

Con su característico humor ácido y un dominio excepcional del detalle histórico, el autor despliega una denuncia política disfrazada de thriller. La novela muestra cómo la CIA intervino en golpes de Estado, organizó complots y colaboró con regímenes represivos, dejando una estela de traiciones y cadáveres. Pero también rescata las pequeñas gestas de resistencia, las alianzas improbables y la terquedad de quienes decidieron contar la historia a contracorriente.

A través de una estructura fragmentaria que desafía las convenciones lineales, A cuatro manos revela que las conspiraciones no son meros accidentes del pasado; son engranajes que siguen girando, moldeando realidades y silenciando voces. La investigación de Greg y Carlos es, al mismo tiempo, una metáfora de la tarea periodística: rastrear documentos, conectar testimonios dispersos y resistir la tentación de la comodidad o el olvido.

Más que una novela, la obra es un homenaje a la memoria colectiva. A quienes —como los protagonistas de Taibo— decidieron seguir escribiendo y contando, aun cuando las probabilidades estaban en su contra. Con una prosa cinematográfica, diálogos filosos y escenas que oscilan entre la ternura y la adrenalina, A cuatro manos es también un recordatorio de que la historia de América Latina no se escribió a una sola mano ni bajo una sola bandera.

A estas alturas, treinta y cinco años después de su publicación, la novela no ha perdido filo ni vigencia. En una región donde los expedientes se archivan pero no se cierran, y donde las viejas estructuras de poder adoptan nuevas máscaras, A cuatro manos se lee como un mapa de las continuidades y las rupturas de nuestra historia reciente.

Quizá por eso, la última escena que dibuja Taibo no es solo la de dos periodistas que huyen de sus perseguidores, sino la de dos hombres que, cuaderno en mano, deciden seguir escribiendo aunque las balas silben demasiado cerca. Porque contar la verdad, aunque duela, aunque agote, aunque parezca inútil, es también una forma de sobrevivir. De no rendirse.

Y es que, como bien lo sugiere Taibo entre líneas, la memoria no se escribe en soledad. La memoria, para que duela y cure, siempre se escribe a cuatro manos.

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