Paraíso Infernal
Entrega 3
Pía
Interior de un bar en Belice. Olor a humedad vieja, a sudor rancio, a cerveza caliente.
Sonaban corridos tumbados. Música de mierda, pensaba Sergio Roca mientras sorbía una Negra Modelo tibia, ya casi a temperatura de orina.
Uno pensaría que en los bares de Belice sonaría reggae, o garífuna.
Pero no.
La maquinaria mexicana lo había contaminado todo: series, novelas, canciones. Toda una orgía de lujos baratos y crimen vendido como éxito.
El sueño mexicano: no trabajar, tener armas, fiestas, putas.
Una cloaca, pensaba Sergio.
Lo peor: ellas también caían. Se operaban, se inflaban como muñecas rotas para atraer a cavernícolas drogados que luego las estampaban contra la pared o las abandonaban en terrenos baldíos.
Sergio apuró su cerveza. Llevaba días vagando en su moto. Cruzó la frontera sur buscando algo en la zona libre. Cualquier cosa.
Y ahí estaba: un bar mugroso, una Negra Modelo tibia… y entonces, la vio.
Una mujer.
Pequeña, metro sesenta a lo mucho. Conjunto deportivo azul, gorra que tapaba un cabello rubio casi deslavado.
Labios hinchados, botox barato.
Lentes claros.
Ojos verde limón escondidos.
—Un mojito, por favor —ordenó ella, a treinta centímetros de Sergio.
Ese acento.
Argentino.
—¿Maragata? —soltó Sergio.
—¿Cómo sabés? —saltó ella, con una sonrisa auténtica, sorprendida de que alguien en ese hoyo del mundo reconociera su origen.
—Me llamo Sergio. Estuve un rato en Buenos Aires. Reconozco ese acento de lejos. ¿Qué hacés acá? Esto parece la cantina de Star Wars, no el Caribe.
—Vine unos días… por el tema de migración, los sellos, ya sabés —contestó, encogiéndose de hombros.
Sergio sonrió. Señaló al cantinero: otro mojito, otra cerveza.
—Con esos ojos, ese cuerpo… podrías estar en Europa, modelando, no acá —dijo, sin filtro.
—Es que el laburo está bueno —se rió ella—. Estoy en Playa del Carmen. ¿Vos?
—Vivo más adelante. Sian Ka’an. ¿Te suena? Todo ecológico, cabañas, reserva natural. Tengo una beca de escritor. Me sirve para trabajar… lejos de la gente —explicó Sergio, pidiendo además dos shots de tequila.
—Sí, he visto videos. Muy bonito —contestó Pía, antes de deslizar el tequila por su garganta sin siquiera parpadear.
Brindaron.
El hielo se rompió.
—¿Y estás con amigos? —preguntó Sergio.
—Con mi novio y mi hermana. Vivimos en un fraccionamiento bonito. Hasta alberca tiene.
—¿Y dónde están ahora?
—Mi novio… noqueado. Hace semanas que fuma una cosa rara. Para aguantar toda la noche en las fiestas de electrónica. Pero últimamente no la está controlando mucho. Hoy… hoy puso llave a la puerta. Tuve que salir por la ventana —dijo, la voz quebrándose apenas.
Algo en su mirada…
Un brillo apagado.
Un pequeño temblor en los dedos al agarrar el vaso.
Sergio lo notó, pero lo ignoró.
—No te metas en esa madre, eh —advirtió él—. Una vez, en Playa, estábamos en un bar… tres en la mesa. Dos amigas y yo. De repente, una pareja joven se acerca. Españoles. Nos piden un lugar para fumar. Se los damos.
Al rato, entre cervezas, el tipo suelta:
“¿Dónde podemos conocer narcos?”
Te imaginarás mi cara.
Les dije: “No mamen. Son asesinos. No durarían dos minutos preguntando esas pendejadas.”
Y ellos: “Es que hemos visto series en España, nos llama la atención.”
Les contesté: “¿Saben lo que han hecho los narcos? ¿Saben de pueblos enteros arrasados, mujeres enterradas vivas, niños quemados? ¿Saben que no es un cártel? Son decenas. Una puta plaga.”
Les pregunté: “¿Recuerdan a ETA? ¿Las muertes? Pues eso no es ni el 1% de la sangre que corre en México gracias a los narcos que quieren conocer.”
Al rato se fueron. No sé en qué acabó eso.
Pero me quedó claro: la ignorancia mata.
Sergio ya iba por la quinta cerveza. La boca se le soltaba.
La rabia le hervía bajo la piel.
Pía rió.
Diosa en risa, diosa en cama.
Fue una tormenta de piernas, sudor, gemidos apagados.
Sergio no recordaba la última vez que se sintió así: invencible.
Planeaba futuro en su cabeza. Tonto.
Antes del amanecer, Pía recogió su ropa.
Sergio intentó detenerla.
Ella lo besó breve.
—Tengo que regresar. Despertarlo —susurró.
Su novio.
Ese fantasma que flotaba en la historia.
—Lamento tanto esto… Gracias. Fuiste hermoso —le dijo.
Y desapareció.
Como humo barato volando hacia una ventana rota.
Sergio encendió un cigarro. Miró al techo hasta que amaneció.
De regreso a Tulum, con el sol lacerándole la espalda, Sergio se detuvo frente a la garita internacional.
Veinte minutos.
Esperando verla.
Imaginando que saldría de alguna van, de algún taxi, que sonreiría al verlo.
Idiota.
Coca-cola fría.
Otro tabaco.
Seguía oliendo su perfume barato en su ropa.
Semanas después.
La novela lo absorbió.
Pero en Sian Ka’an no hay tiendas. No hay comida si no bajas a Tulum.
Así que, a regañadientes, fue al Chedraui.
Pasillos.
Plásticos.
Música de fondo.
Y una conversación.
—No, Juan, fue el novio. Tiene que haber sido él. Le encontraron quemaduras con cigarro en… ya sabes dónde —decía una mujer, espantada.
—¿Cómo dejaron ir al novio? ¡La cremaron en chinga! —contestó el hombre.
—Y que se suicidó… ¡Menudo invento! —terminó la mujer, alejándose.
Sergio sintió curiosidad por esa historia..
Compró lo necesario.
Salió.
Se sentó en un restaurante barato afuera.
Pidió WiFi.
Entró a Facebook.
Y entonces la vio.
Foto de Pía.
Sonriente.
Verde limón en los ojos.
Titular:
“Familiares exigen justicia en feminicidio de modelo argentina en Playa del Carmen.”
—No… No mames… —murmuró Sergio.
Leyó.
Cada palabra era un golpe en la cara.
El estómago se le revolvía.
El corazón, punzadas.
Maldito hijo de perra.
Cerró los puños.
Miró el cielo sucio de Tulum.
El sudor le corría por la espalda.
El veneno empezaba a hervir en sus venas.
Pero no lo mataba.
Lo alimentaba.
Continuará…
Este texto es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares, organizaciones, eventos y situaciones descritos son producto de la imaginación del autor. Cualquier semejanza con personas reales, vivas, fallecidas o con hechos reales, es pura coincidencia.
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*Paraíso infernal*
— De Luna Noticias (@DeLunaNoticias1) April 25, 2025
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