Advierten de abusos al trabajar desde casa

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Pasaban las diez de la noche de un viernes de pandemia, cuando Mario recibió un mensaje en su teléfono personal: “¡Junta urgente a las 11!”.

No daba crédito. Había sido una larga semana de trabajo desde casa con pesadas juntas por videoconferencia, innumerables llamadas y correos electrónicos, estrés, cansancio y hasta brincarse algunas comidas con tal de resolver el exceso de quehaceres. Molesto, se conectó a la plataforma de sofware por la que se celebraría la reunión. “Ni modo, chamba es chamba”, se resignó este especialista en tecnologías de la información y la
comunicación.

A lo largo de la nocturna reunión de trabajo, el alto volumen con el que su jefa dictaba las indicaciones despertó al hijo de Mario, de unos meses de nacido. El pequeño rompió en llanto y lejos de ser empática, la coordinadora lo reprendió a gritos: “¡Calla a ese niño!”.

Humillado delante de su familia, Mario no soportó más. Vociferó exigiendo respeto. Muchos de sus colegas salieron en su defensa. La junta se tornó tensa, incómoda. Hubo insultos, advertencias de suspensión y hasta amagos de despidos.

Éste es apenas un ejemplo del martirio que para muchos empleados –tanto del sector público como del privado— se ha convertido el llamado home office o teletrabajo durante el confinamiento obligado a causa del Covid-19.

Concepto mal entendido

Jesús Uribe Prado, profesor-investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México y especialista en salud ocupacional, indica que algunas compañías han malentendido el trabajo en casa y se aprovechan de la flexibilidad de brinda esta opción, obligando a sus empleados a estar prácticamente todo el día conectados, sin importar horarios ni descansos, pues lo hacen desde sus hogares.

“Con esta crisis sanitaria, la casa ha quedado subordinada al trabajo. En algunos casos se está rompiendo la línea entre lo público y lo privado. Mientras un trabajador habla con su jefe, el perro no tiene derecho a ladrar, el hijo no debe interrumpir para pedir que le cambien el canal de la televisión ni algún integrante de la familia puede pasearse accidentalmente en calzones delante de la pantalla”.

Refiere que antes de la pandemia muchas empresas implementaban el trabajo a distancia, y ejecutado con objetivos claros, revisión continua y compromiso de ambas partes, ha demostrado ser benéfico para los trabajadores y sus empleadores.

Sin embargo, con el confinamiento a causa del Covid-19 la situación es extraordinaria y las condiciones en las que, quienes pueden hacerlo, están desarrollando el home office dista mucho de un modelo ideal.

Con la crisis sanitaria mundial, en México las familias se han visto obligadas a permanecer enclaustradas por más de tres meses. Para los jefes de familia no ha sido sencillo, pues no sólo tiene que cumplir con sus obligaciones de trabajo, sino también atender en muchos casos a sus hijos y las labores escolares de éstos, los quehaceres implícitos a la constante permanencia en casa, la vida familiar y la personal y el hecho de que son muchos los hogares donde hay dos o más personas cumpliendo con su horario laboral o escolar a distancia, en ocasiones en el mismo espacio.

A esto hay que sumar que algunos malos hábitos del trabajo presencial –saturación de juntas, horas extra no pagadas, maltratos por parte de los jefes directos, largos procesos para tomar decisiones, entre otros— se han trasladado a los hogares.

Todos estos factores no son tomados en cuenta por empleadores o jefes, que exigen resultados y productividad, sometiendo a sus trabajadores a estrés, cansancio e inestabilidad emocional.

“Con el pretexto de que el empleado está en su casa, algunas empresas abusan. Por ejemplo, como no invierten tiempo en transportarse a la oficina o en salir a comer, los empleadores tratan de sacar provecho: como siempre, hay hora de entrada, pero prolongan lo más posible el momento para terminar el día o se reducen los tiempos para comida”, refiere el investigador de la UNAM.

El especialista enfatiza que en los nuevos contratos individuales o contratos colectivos de trabajo –que recaen bajo la titularidad de los sindicatos— se debe comenzar a definir los lineamientos y protocolos del trabajo en casa. “La gente está tratando de ser productiva en el teletrabajo y a la vez hay muchas empresas que empiezan a descubrir que este tipo de labor es positiva”.

Aunque, pueden presentarse situaciones legales, de seguridad y de salud que a la larga generen problemas y que no han sido analizadas aún ni por empresas, sindicatos ni autoridades.

“Si un trabajador se accidenta en su casa, durante su jornada laboral a distancia, ¿será catalogado como accidente de trabajo o como enfermedad general? De eso dependerá el monto de la incapacidad. O, ¿quién será responsable en caso de información clasificada de la empresa se filtre, se dé un fraude o un hackeo a través del correo personal de un empleado?”, alerta Uribe Prado.

El avance de las tecnologías de la información y la comunicación ha impulsado desde hace años cambios en los contextos laborales, entre ellos el cada vez más frecuente home office.

Frente a ello, expertos de la Organización Internacional del Trabajo han advertido en diferentes foros globales la necesidad de que los Estados actualicen sus legislaciones en materia laboral y de derechos humanos.

Un tema donde los debates deben centrarse es en el llamado derecho a la privacidad o la desconexión digital, que es dar garantía a los empleados de no atender comunicaciones, llamadas, mensajes, correos electrónicos o whatsapp relacionados con trabajo fuera de su jornada laboral; ello con el fin de respetar descansos, permisos, días económicos y vacaciones, así como su intimidad personal y familiar.

Desde hace varios años, en varios países como España, Canadá o Estados Unidos el tema ha sido debatido, y en algunos casos se tienen algunas legislaciones que consideran ese derecho. En el caso de México, la discusión está en ciernes, pues apenas en febrero pasado la bancada de Morena en el Senado presentó una iniciativa al respecto, pero debido a la pandemia su discusión se ha prorrogado.

El nivel de estrés que en los últimos meses vive Teresa es muy alto. El trabajo en casa a partir de la cuarentena se ha vuelto un suplicio. Tiene que estar disponible prácticamente en 24/7.

Esta ingeniera en sistemas de 36 años da servicio a empresas bancarias y debe cumplir con interminables juntas vía videoconferencia, atender correos, llamadas, mensajes de whatsapp, incluso a sus números privados.

Previo a la pandemia amaba trabajar desde casa. Ahorraba considerablemente en tiempos de traslado a la oficina, en comidas en la calle y gasolina. Ahora es diferente: jornadas extenuantes donde no se respetan sus horarios, ni su vida personal ni familiar –tiene un pequeño de seis años—, convocatorias a deshoras para interminables juntas. Todo con un severo impacto físico y emocional.

“En todo el confinamiento ha sido muy pesado, pero en este último mes se ha puesto mucho peor. Nos quieren conectados prácticamente en 24/7. Llevo varios fines de semana trabajando, sin poder atender a mi familia. El otro día mi hijo me comentó que disfrutaba más cuando iba a la oficina, pues regresando tenía tiempo para él. ‘Ahora te la pasas conectada a la compu todo el día’, me dijo hace poco. Hay ocasiones en que ni siquiera respetan mis
horarios de comida, no disfrutas los alimentos porque tienes que estar pendiente de cualquier cosa. Te buscan muy temprano, antes del inicio de la jornada laboral o a las diez u once de la noche. Cuando reclamas te dicen: ‘Agradece que en estos tiempos tienes trabajo. En muchas empresas hay despidos’. Es como una amenaza. En México no está regulado”, señala.

Desde hace días tiene irritados los ojos por pasar tanto tiempo frente al monitor de la computadora; su espalda está destrozada, pues trabaja en su comedor, sentada por horas en sillas que no están diseñadas para usarse tanto tiempo, y el cansancio cada vez es mayor.

A partir del confinamiento por los tiempos de pandemia, en su empresa les exigieron instalar varios sofware en sus computadoras y teléfonos móviles personales. “Para estar disponible en todo momento, hasta cuando duermes”.
El home office antes de la cuarentena no era así. Había planeación y eso le permitía equilibrar sus labores domésticas y de crianza. “Hoy no entienden que mi esposo y mi hijo también la pasan en casa. (El primero) trabaja igual y al pequeño debemos apoyarlo con las actividades escolares en línea. Si te enfermas no hay permisos, pues al final estás en casa y para ellos puedes seguir trabajando”, cuenta la ingeniera en sistemas.

A raíz de la pandemia, la Secretaría del Trabajo y Previsión Social difundió en su portal de Internet una serie de protocolos en los que establece medidas para implementar el teletrabajo en tiempos de Covid-19. Entre otras cosas llama a respetar la vida privada de los trabajadores y sus horarios. En los hechos, para muchos esto no se está cumpliendo.

Estos lineamientos se cimientan en cinco principios: Confianza. “El patrón debe aprender a confiar en los trabajadores y estos deben alimentar esta confianza cumpliendo con los tiempos de entrega y garantizando la calidad de su trabajo. Es necesario que exista comunicación constante y que las partes siempre se transmitan la verdad”.

Soberanía del tiempo. “Los trabajadores tienen que ser capaces de administrar su tiempo, equilibrando vida personal y vida laboral. Para ello deben implementarse y respetarse horarios de trabajo, fomentando también la desconexión fuera de estos horarios”.

Respeto de la vida personal. “Es necesario marcar una línea divisoria entre el trabajo y la vida personal. Para ello, el patrón debe respetar y ser flexible con los horarios del trabajador, y este debe ser capaz de distanciarse de la familia para evitar distracciones mientras realiza su trabajo”.

Voluntariedad

“El teletrabajo debe ser voluntario tanto para el trabajador como para las empresas”. Y reversibilidad. “En la condición actual, el trabajador debe tener la garantía de que su puesto de trabajo presencial estará disponible cuando le sea posible regresar al centro laboral”.

Para Leonardo –prefiere ser llamado así para evitar alguna consecuencia— la realidad ha sido muy diferente. Este joven de 25 años trabaja en una empresa dedicada al comercio y las finanzas. Aun cuando las autoridades sanitarias llamaron a las compañías a implementar el trabajo a distancia para combatir la propagación del virus, sus empleadores se resistieron y fue hasta mediados de abril que se autorizó el teletrabajo.

“Mis jefes no saben ser líderes. Si no nos ven en la oficina sienten que pierden el control sobre nosotros. No tienen idea de lo productivo que puede ser trabajar desde casa”.

Constantemente recibe llamadas, mensajes, correos, incluso sólo para corroborar si está conectado al sistema informático que instalaron en su computadora personal para tener acceso a la red corporativa.

“El colmo” lo vivió hace poco más de un mes. Presentó los síntomas del Covid-19 y cuando avisó a su jefa directa, ella lo tachó de irresponsable. “En lugar de mostrar preocupación por mi salud o preguntar cómo me sentía, hubo regaños y un largo interrogatorio: que a dónde me había metido, que si era un irresponsable, que para eso quería trabajar en casa, que seguro había ido de fiesta, que no me podían dar la incapacidad sin una prueba de
laboratorio”.

Le dieron un par de semanas de descanso, pero o era a cuenta de vacaciones o de plano sin goce de sueldo. Decidió por la primera opción. “Sin el salario no la hago. Hay que comer, pagar renta, servicios y el internet para el home office”.

En los hechos su desconexión fue efímera. Todos los días, la secretaria de su jefa se comunicaba con él para exigirle “por indicaciones superiores” que se tomara la temperatura y enviara las fotografías con lo que marcaba el termómetro o de las medicinas que estuvo tomando.

“Actuaba como si estuviera preocupada, pero en los hechos eso es hostigamiento laboral. No sé si de verdad recibía órdenes o de plano se tomaba esas libertades. Yo necesitaba descansar, desconectarme, me sentía realmente mal y esa presión me estresaba mucho más. Era insoportable. Se aprovechan que por la pandemia mucha gente han perdido su empleo y los que tenemos trabajo, debemos cuidarlo. Creo que las autoridades deberían estar más atentas y los trabajadores alzar más la voz para denunciar”, apunta.

Alfredo es profesor universitario tanto en instituciones públicas como privadas. Además de las extenuantes clases en línea también tiene que cumplir con labores administrativas. “Son reuniones interminables, los jefes quieren ser muy exhaustivos y no se respetan horarios; además pasas horas sentado y frente a la pantalla, sin moverte, las clases presenciales las doy siempre de pie. Esto se suma al encierro por la pandemia y el estrés que esto genera. Todos los días termino agotado física y mentalmente. De verdad enloqueces”.

Con información de La Jornada https://bit.ly/2Da7y0h