Covid-19, cuando ser gobernado por la ultraderecha es un factor de riesgo

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Luis Gonzalo Segura

El mundo asiste impotente a la imparable expansión del covid-19, que ya suma más de 540.000 fallecidos y casi 12 millones de personas contagiadas. Aunque es pronto para saber las causas exactas por las que el virus se propaga con mayor virulencia en unos países que en otros, lo cierto es que no todos los gobernantes parecen haber sido igual de diligentes. Casualidad o no, los gobiernos de ultraderecha se muestran, aparentemente, más proclives a la expansión de la pandemia, de hecho, los tres países con mayor número de fallecidos son los Estados Unidos de Donald Trump, con 130.000 fallecidos; el Brasil de Jair Bolsonaro, con más de 65.000, y el Reino Unido de Boris Johnson, con más de 44.000. Tres países gobernados por ultraderechistas que compartieron la misma actitud ante el virus: negligencia y temeridad.

La ultraderecha ante el coronavirus

No cabe duda que el covid-19 fue un tsunami que arrasó el planeta sin que la mayoría fuéramos conscientes de su magnitud, a lo que ayudó que los datos reportados del comportamiento de la pandemia en China tuvieran poco que ver con lo que después sucedió en el resto del planeta, como en Italia. Porque en Italia comenzó –y cambió– todo. Esto no significa que tengamos que dudar de los datos reportados de China, pues queda mucho por saber sobre la enfermedad y su transmisión. Por ejemplo, en los últimos días se han publicado noticias que alertan sobre la variedad de cepas y su distinto comportamiento –el rebrote producido en Corea del Sur pudiera ser hasta seis veces más contagioso que el producido entre febrero y marzo de este año– o sobre la posibilidad de la transmisión del virus por el aire –en contra de lo que sostiene la OMS–. Son informaciones con las que hay que ser prudentes, pues todavía no han sido contrastadas, pero demuestran que falta mucho por conocer sobre el virus.

Es cierto que la expansión del virus se vio favorecida por la sorpresa inicial y por la actual tendencia al desmantelamiento de los estados en el mundo capitalista –especialmente el tejido público–, lo que ha provocado que los gobernantes parezcan más asesores de las multinacionales que gestores de los ciudadanos, pero resulta innegable que no todos los países respondieron igual. En Europa, por ejemplo, España fue de los países de más lenta reacción, mientras que Portugal, su vecina, fue de los más rápidos. Porque hubo países más rápidos y más lentos, pero también los hubo abiertamente negligentes. Estos países negligentes comparten algo en común: la ultraderecha. Los mencionados Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil o Boris Johnson en Reino Unido desafiaron con temeridad el sentido común una vez conocida la potencial gravedad de la pandemia e incluso llegaron al extremo de propagar bulos y caer en teorías de la conspiración.

Por ello, hoy Estados Unidos tiene casi tres millones de contagiados a un ritmo de 55.000 contagios diarios y 400 muertes el último día; Brasil supera el millón y medio de contagiados mientras mantiene un ritmo de más de 25.000 contagios y 1.000 muertos diarios durante la última semana, que bajaron a algo más 600 el último día analizado; y Reino Unido supera los 285.000 contagiados.

Un desastre absoluto que no solo es achacable a la pandemia, sino al que hay que añadir el efecto de la cepa ultraderechista. Incluso cuando no gobiernan. En España, por ejemplo, la ultraderecha y la derecha tradicional, cada día más ultra, han forzado al Gobierno a romper lo que en principio era un plan de desescalada prudente y acertado para priorizar la economía y los importantes meses turísticos en España de julio y agosto. Lo han conseguido en base a protestas en las calles y llamamientos a golpes de Estado por la ultraderecha e intentos de derrocar al Gobierno por parte del partido conservador tradicional, las élites y los medios de comunicación afines. Porque si bien es cierto que la reacción del Gobierno español fue lenta, su plan de desescalada era prudente. Un plan que finalmente no ha podido cumplirse totalmente y que podría tener consecuencias desastrosas en los próximos meses.

Otros gobiernos ante el virus

Frente al caos de la ultraderecha, encontramos la agilidad de gobiernos como El Salvador o Portugal, el experimento de Suecia, la diligencia de Corea del Sur y, también, el gobierno de varios países liderados por mujeres: Finlandia, Dinamarca, Nueva Zelanda, Noruega o Alemania. Ser mujer no ha asegurado una mejor gestión de la crisis, entre otras cosas porque en los gobiernos también hay mujeres ultras o con serias limitaciones –Jeanine Áñez en Bolivia o Isabel Díaz Ayuso en Madrid, por ejemplo–, pero lo cierto es que frente a la imagen y gestión del líder ultraderechista, histriónico, conspiranoico y beligerante hasta el delirio, la gestión y la imagen de otros gobernantes más moderados y muchas mujeres en puestos de relevancia ha diferido bastante.

Pensemos en Donald Trump recomendando el uso de desinfectantes, Jair Bolsonaro manifestándose a caballo, Boris Johnson ausentándose de los cinco primeros gabinetes de crisis al comienzo de la pandemia o Javier Ortega Smith acudiendo a un acto multitudinario con síntomas de la enfermedad, ejemplos todos ellos de hasta qué punto la ultraderecha ha sido temeraria y negligente frente a la pandemia.

Frente a esta imprudencia, incluso frente a los tradicionales gobiernos basados en la testosterona –por ejemplo, el enfoque de Pedro Sánchez en España, un presidente nada cercano a la ultraderecha, se ha basado en lo belicista: militares en ruedas de prensa y en las calles, lenguaje bélico…–, podemos destacar un liderazgo femenino mucho más empático y cercano. Y, también, en la mayoría de los casos, más responsable: Ángela Merkel en Alemania, Jacinda Ardern en Nueva Zelanda, Sanna Marin en Finlandia, Mette Frederiksen en Dinamarca, Erna Solberg en Noruega o Katrín Jakobsdottir en Islandia cuentan con gestiones elogiadas a nivel mundial.

Tener una mujer al frente de un gobierno no asegura tener una mejor gestión de una crisis que tener un hombre –pensemos en la agilidad de António Costa en Portugal o Nayib Bukele en El Salvador–, aunque quizás sí favorece tener una gestión más empática y cercana, pero de lo que no parece quedar duda es que ser gobernado por ultraderechistas en tiempos de pandemia es una invitación a la desgracia. Incluso para los propios ultraderechistas, pues Boris Johnson fue ingresado por covid-19 y Jair Bolsonaro acaba de dar positivo.

Columna publicada por actualidad RT https://bit.ly/3iHcvOm