Hace casi dos décadas, un pequeño grupo de buzos locales decidió desafiar los mitos y temores que rodeaban a uno de los depredadores más incomprendidos del océano: el tiburón toro. Entre ellos, José Urbina Bravo, instructor de buceo y buzo de cuevas, fue testigo y protagonista de una transformación histórica en la relación entre humanos y tiburones en las costas del Caribe mexicano.
“En Playa del Carmen, ver tiburones desde la orilla es raro, pero sucede, sobre todo en invierno”, explica Urbina. Los tiburones toro buscan las desembocaduras de manglares y aguas salobres para dar a luz, acercándose así a zonas donde los encuentros con humanos se vuelven más probables.
Con esta certeza, a principios de los años 2000, un grupo de buzos comenzó a explorar un punto cercano a la bahía, donde los pescadores locales solían desechar restos de sus capturas. Allí, atraídos por el alimento fácil, los tiburones empezaron a aparecer.
“Era fascinante. A veces los veíamos, a veces no. Pero el solo hecho de buscarlos ya era una experiencia extraordinaria”, recuerda Urbina. Con el tiempo, los buzos entendieron que había un interés creciente por parte de turistas y locales para presenciar esos encuentros de cerca.
Así comenzó una laboriosa construcción de conocimiento: trajeron especialistas de distintas partes del mundo, aprendieron sobre las diferencias entre bucear con tiburones en Bahamas, Fiji o Playa del Carmen, y, poco a poco, diseñaron su propio manual de buenas prácticas.
Ese esfuerzo culminó con la elaboración de protocolos de seguridad tanto para los tiburones como para los humanos, impulsados a través de la organización Saving Our Shark, con Urbina como coordinador. Posteriormente, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) absorbió ese manual, incorporándolo dentro de la Reserva de la Biósfera que protege al tiburón toro en un polígono frente a Playa del Carmen, el único sitio en México donde esta especie recibe protección específica.
El cambio no solo fue ecológico, también cultural. “Al principio, los hoteleros temían que se hablara de tiburones en Playa del Carmen. Pero entendieron que la presencia de tiburones no solo era segura, sino que también impulsaba la economía local”, cuenta Urbina. Charlas, talleres y material informativo ayudaron a desmitificar a estos animales, alejándolos del estigma impuesto por décadas de películas de terror.
La semilla sembrada en Playa del Carmen tuvo un efecto expansivo. Hoy, en toda la Riviera Maya, es común avistar tiburones martillo o juveniles cerca de la costa, en un entorno donde pescadores y operadores turísticos han aprendido que un tiburón vivo vale más que uno muerto. “Tener tiburones sanos significa tener mares sanos”, enfatiza Urbina.
Sin embargo, no todo ha sido sencillo. Tras un reciente incidente en Cancún, donde un joven perdió la vida en el mar, versiones sensacionalistas hablaron de un ataque de tiburón, despertando miedos infundados. Para Urbina, que ha buceado con tiburones en lugares tan diversos como Galápagos, el Mar Rojo o el Pacífico Mexicano, esas declaraciones son peligrosas. “Decir que fue un ataque de tiburón, sin fundamento, puede tener consecuencias desastrosas para el turismo y para la conservación de la especie”, advierte.
La realidad es otra: el joven probablemente se ahogó, y su cuerpo, como sucede en la naturaleza, fue aprovechado por los carroñeros marinos, entre ellos posiblemente algún tiburón. “En Cancún no ha muerto nadie por un ataque de tiburón. Los incidentes son rarísimos y tienen causas específicas: mala visibilidad, contaminación, cardúmenes de peces cercanos. No podemos satanizar al tiburón”, afirma.
Urbina insiste en la importancia de la información veraz: “Con información, el miedo desaparece”. Enseña una vieja fotografía de Cancún: playas cristalinas repletas de turistas y, entre ellos, pequeños puntos negros —tiburones— nadando sin representar una amenaza. “Lo lógico no es asustarse. Lo lógico es entender que hemos convivido siempre.”
Hoy, más allá de Isla Contoy y Mujeres, es sabido que habitan tiburones tigre, martillo y maco, especies fundamentales para la salud de los ecosistemas. “Aunque les tengamos miedo, debemos protegerlos”, concluye Urbina. Su llamado es claro: respeto, información y convivencia.
Bajo la superficie turquesa del Caribe, la vida sigue su curso ancestral. Y en las burbujas que escapan de los buzos, flota también una lección de humildad y coexistencia.