5 libros para conocer a Cortázar

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Si la obra de Jorge Luis Borges le otorgó dignidad internacional a la literatura Argentina, fue Julio Cortázar (Bruselas 1914 – París 1984) quien le brindó la libertad de la experimentación y el juego creativos.

Aunque sus relatos, como los de Borges, gravitan en el terreno de la literatura fantástica, Cortázar logró ocupar un lugar central durante el siglo XX a partir de su uso desprejuiciado del lenguaje coloquial y la exploración del difuso límite entre la realidad y las fuerzas de la imaginación, el deseo y el inconsciente propios de la experiencia del surrealismo y de la influencia de autores franceses como Henri Michaux. Junto con sus relatos breves, que se cuentan entre los mejores de la literatura en español, desarrolló un proyecto novelesco en el que intentó, con resultados desparejos pero sin duda influyentes, renovar las reglas del género.

Aunque el carácter lúdico de sus ficciones suele acarrearle el juicio de ser un autor “de iniciación” a la lectura, la literatura argentina le debe a Cortázar una importante renovación de sus temas y estrategias, el uso de la lengua y la cultura popular, la apropiación, en su exilio parisino, de vanguardias como el propio surrealismo o el posterior situacionismo, la influencia crítica de la semiótica, la influencia de los modos de la improvisación en el jazz, y el intento de ensayar una relación creativa y no sumisa entre la literatura y la política.
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Final del juego
(1956)

Su tercer libro de cuentos, luego de los notables relatos de Bestiario (1951), es una colección de ficciones en la que ya se definen la mayor parte de las líneas narrativas que exploraría a lo largo de su vida. El juego formal de “Continuidad de los parques” es quizá su punto más alto de virtuosismo en la escritura. La estructura circular del relato lleva a un lector de una novela a seguir un enigma en cuyo centro se encuentra él mismo, una estrategia ejecutada con tanta sutileza que es imposible detectar el punto en el que el relato enmarcado desborda sus límites ficcionales para asaltar la realidad de la escena de lectura. “No se culpe a nadie” transforma la cotidiana tarea de ponerse un abrigo en una desesperante escena terrorífica en un relato de un solo párrafo de tensión creciente. En “La puerta condenada”, Cortázar logra la ambigüedad perfecta entre la sugestión y la realidad que construye lo terrorífico, a partir del llanto de un bebé. “Torito” es su primer relato de “boxeadores” en el que inaugura una exploración pormenorizada del habla popular. En “Axolotl” y “La noche boca arriba”, Cortázar ensaya dos de sus temas recurrentes los “dobles” y “los pasajes”, en los que tanto los personajes, mediante el sueño o algún tipo de correspondencia secreta, se transforman en otros, o se trasladan a otra dimensión en el tiempo o el espacio. En el último relato, “Final del juego”, cercano al universo narrativo de Silvina Ocampo, Cortázar explora el costado siniestro, libidinal y mortalmente serio del juego infantil.

Las armas secretas
(1959)

Luego de pulir hasta la perfección su manejo del relato breve, Cortázar explora nuevos territorios en su siguiente colección de cuentos. En “Las babas del diablo”, un fotógrafo observa detenidamente una fotografía que tomó al azar en un parque. La observación cobra a cada detalle movimiento hasta que la trama secreta de un crimen inminente se desprende de la imagen congelada. El relato inspiró Blow up, un film de Michelangelo Antonioni paradigmático de la década de 1960. En el relato extenso “El perseguidor”, Cortázar comienza la exploración que lo llevaría a su proyecto novelesco. Inspirado en la vida del saxofonista de jazz Charlie Parker, el cuento narra el camino de autodestrucción que sigue el artista en su abandono radical de las convenciones y necesidades de la vida cotidiana a la busca de una forma expresiva capaz de captar el instante, un tiempo fuera del tiempo.

Rayuela
(1963)

En una carta de 1960 a Paco Porrúa, futuro editor de Rayuela, Cortázar describe así el proyecto que tenía entre manos “El resultado será una especie de almanaque, no encuentro mejor palabra (a menos que ‘baúl de turco…’). Una narración hecha desde múltiples ángulos, con un lenguaje a veces tan brutal que a mí mismo me rechaza la relectura y dudo de que me atreva a mostrarlo a alguien, y otras veces tan puro, tan poco literario… Qué sé yo lo que va a salir”. Cuando se publicó, años después, la novela puso por fin en primer plano al escritor, y le otorgó un lugar central en la renovación de la literatura latinoamericana de entonces. Su estructura de partes intercambiables (capítulos “del lado de de acá”, “del lado de allᔠy los intercalados “de otros lados”), los encuentros y desencuentros entre románticos y trágicos de Horacio Olivera y La Maga, la bohemia del Club de la Serpiente, el jazz, la revisión de las vanguardias, dieron en la tecla con un espíritu de época que supo apreciar también el desenfado moral de su escritura, acaso lo que más envejeció con los años. Sobrevive en cambio las ideas sobre el arte como una forma de la experimentación con la vida y el sentido, un modo de releer las ambiciones de la vanguardia que se acerca más al empecinamiento solipsista de la pianista Berthe Trepat que a los errabundeos de la Maga.

62 modelo para armar
(1968)

Aunque en su momento pudo pasar un tanto desapercibida bajo el éxito aplastante de Rayuela, 62 Modelo para armar es quizá la novela más lograda de Cortázar. Pergeñada a partir de las ideas teóricas que había consignado en el capítulo 62 de Rayuela, la novela narra las conexiones intersubjetivas de un grupo de personas a un nivel que excede los códigos de comunicación cotidianos para adentrarse en un tipo de vínculo más intenso, que genera un lazo que trasciende los límites del tiempo y el espacio. El grupo de amigos aparece plasmado más como un solo sujeto colectivo que como personas individuales, un efecto que se crea a partir de la disolución de las marcas de la escritura que designarían quién habla, pero que permiten comprender el punto de vista a partir de la situación y el estilo. Esa sociedad utópica que conforman, se verá a su vez amenazada por la irrupción oscura de un deseo irresuelto, encarnado en la presencia a la vez metafórica y literal del vampirismo.

Queremos tanto a Glenda
(1980)

Luego de dedicar sus mayores esfuerzos de escritura a la novela, las prosas poéticas y ensayos y artículos en los que manifestaba su apoyo por la militancia revolucionaria de izquierda en Latinoamérica, Cortázar regresó, en los últimos años, a cultivar el cuento breve, donde siempre guardó sus mejores armas. Queremos tanto a Glenda es la mejor de estas colecciones finales. El relato más recordado, que da título a la selección, narra la creciente obsesión de un grupo de admiradores de la actriz Glenda Garson (nombre en clave apenas disimulado de la real Glenda Jackson) que expresan su devoción intentando manipular sus películas y hasta su vida para lograr la perfección de su obra. El libro tiene también otros excelentes cuentos como “Historia con migalas”, “Tango de vuelta” y “Anillo de moebius”, uno de sus relatos más extraños, exquisitamente escrito, y tan inquietante que podría resultar aún hoy políticamente incorrecto.

Con información de La Nación.