Pobreza y género en México, 30 indicadores que analizan la desigualdad entre mujeres y hombres

Los hogares dirigidos por mujeres en condición de pobreza suelen presentar características que dificultan superar esta situación, por ejemplo, un mayor tamaño y un número superior de dependientes económicos, en particular infantes y población adulta mayor.

El trabajo doméstico no remunerado y de cuidados es una de las dimensiones en las que la desigualdad de género se expresa con mayor claridad. En promedio, las mujeres dedican a actividades domésticas entre 12 y 17 horas semanales más que los hombres.

Aunque persisten condiciones de desigualdad de género en el mundo del trabajo remunerado, se observa que una mayor participación de las mujeres en el mercado laboral se asocia con menores niveles de pobreza, sobre todo en edades productivas.

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) proporcionó información de pobreza y acceso a derechos sociales, desde una perspectiva de género.

El documento Pobreza y Género en México: hacia un sistema de indicadores muestra el comportamiento de la desigualdad de género entre 2010 y 2016 a través de 30 indicadores que dan cuenta de las siguientes dimensiones: la composición de los hogares, el acceso a la educación, a la salud, a la seguridad social y a la alimentación; las características de la vivienda, el ingreso, el trabajo remunerado, y el trabajo doméstico no remunerado. En todos estos espacios se analiza la relación entre las inequidades de género y la situación de pobreza de las personas.

En 2016, por cada 100 hogares con jefatura masculina, 38 hogares declararon jefatura femenina. Estos hogares se caracterizan por ser de tipo ampliado o extenso y suelen concentrar mayor población infantil y adulta mayor, que con frecuencia depende económicamente de un número limitado de proveedores.

Esta dinámica se asocia con mayor vulnerabilidad sociodemográfica e incluso mayores porcentajes de pobreza.

Ingreso
Las diferencias en la autonomía económica de las mujeres respecto a la de los hombres son un reflejo de las desigualdades laborales. Indistintamente de la condición de pobreza y el nivel de escolaridad, las mujeres perciben remuneraciones laborales más bajas que los varones; la brecha es más acentuada en la población en situación de pobreza y disminuye conforme aumenta el nivel educativo.

La participación económica de las mujeres en los recursos del hogar es menor a la que registran los hombres. En 2016, una tercera parte de los ingresos de los hogares provenían de las mujeres, sin importar si se trataba de un hogar en condición de pobreza o no.

Educación
La brecha en el rezago educativo entre jefes y jefas de hogar ha disminuido, sobre todo entre la población más joven. No obstante, las mujeres aún presentan niveles de rezago más altos que los hombres, en especial si están en situación de pobreza.

En 2016, la brecha educativa entre ambos sexos se ubicó en 6.5 puntos porcentuales para el total de la población; entre la población en pobreza fue de 8.7 puntos y de 5.5 puntos entre quienes no presentaban esta condición.

Salud
La carencia por acceso a servicios de salud es la privación social que más se ha reducido en el periodo de medición multidimensional de la pobreza y las mujeres son quienes más se han beneficiado por este avance.

Sin embargo, este logro aún no es suficiente para combatir las inequidades de género, toda vez que el acceso principal de las mujeres a los servicios de salud ocurre predominantemente por vías indirectas –en particular por su parentesco con otros familiares-, lo que las ubica en una situación de dependencia y vulnerabilidad y condiciona su derecho a la salud.

Seguridad social
En 2016, por cada 100 hombres ocupados que contaban con los beneficios de la seguridad social por su trabajo, 62 mujeres ocupadas se encontraban en la misma situación. Esta brecha se acentúa en la población con condición de pobreza, entre quienes solo 49 mujeres ocupadas tenían acceso a seguridad social por cada 100 hombres ocupados.

Vivienda
La precariedad de las viviendas es mayor entre la población en pobreza, y aún más en los hogares dirigidos por hombres. En 2016, 9.9% de los hogares con jefatura masculina presentaron carencia en calidad y espacios de la vivienda, mientras que 8.4% de los hogares con jefatura femenina presentaron esta carencia. En términos de avance, entre 2010 y 2016 los hogares con jefatura masculina han presentado una mayor disminución en esta carencia respecto de los hogares con una mujer como jefa de hogar.

Alimentación
La mayor parte de los hogares en seguridad alimentaria son dirigidos por hombres, mientras que los hogares dirigidos por sus contrapartes femeninas experimentan mayores niveles de inseguridad alimentaria.

Ésta tiende a ser moderada e incluso severa cuando las jefas, además, se encuentran en pobreza. La mayor dificultad que experimentan estos hogares para acceder a una alimentación adecuada se explica por diversos factores, entre ellos la percepción de menores ingresos, mayor tamaño y dependencia económica de menores y adultos mayores, así como la precaria inserción laboral de muchas jefas de familia.

Trabajo remunerado
Aunque persisten condiciones de desigualdad de género en el mundo del trabajo remunerado, los indicadores muestran que una mayor participación de las mujeres en el mercado laboral se asocia con menores niveles de pobreza, sobre todo en edades productivas.

Sin embargo, el mercado laboral sigue estando segregado: en 2016 cerca de dos de cada tres hombres (64.7%) trabajaba en ocupaciones consideradas masculinas, según los estereotipos de género.

En cambio, las mujeres se desempeñaban tanto en actividades mixtas (50%) como feminizadas (40%).
Esta segmentación produce desigualdades en el acceso de hombres y mujeres a oportunidades de movilidad social a través del trabajo.

Trabajo doméstico
El trabajo doméstico no remunerado y de cuidados es una de las dimensiones en las que la desigualdad en las condiciones de vida de hombres y mujeres se expresa con mayor claridad, pues evidencia la sobrecarga de trabajo a la que están expuestas las mujeres.

En promedio, ellas dedican a actividades domésticas entre 12 y 17 horas semanales más que los hombres, y entre 5 y 14 horas semanales más al cuidado exclusivo y sin remuneración de otras personas, como menores, adultos mayores o enfermos, dentro o fuera del hogar.

Estas brechas se mantienen cuando las mujeres también trabajan de manera remunerada fuera del hogar e incluso aumentan entre la población que se encuentra en pobreza.

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