Erradiquemos la cosificación de las mujeres: cuerpo sí, cosa no

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Poco a poco nuestra sociedad se ha ido haciendo consciente de las desigualdades de género y del azote que suponen las violencias machistas. Poco a poco se han hecho algunos esfuerzos, aunque tímidos o con falta de dotación presupuestaria suficiente para afrontar la violencia que sufre el 50% de la población humana en todos los ámbitos de la vida y a lo largo de ésta, comenzando muchas veces en la infancia. No sobra ningún intento: las leyes, las campañas, los pactos de estado, etc. ¡Pero todos han sido insuficientes! Las mujeres siguen sufriendo violencia y parece que la forma de detenerla se escape de las manos de todos y burle todos los intentos que conocemos. Tal vez sea necesario que nos planteemos donde se sitúa la raíz del problema. Seguro que hay más de una, pero lo que es cierto es que una de las principales y que refuerza las secundarias es la cosificación de las mujeres.

La cosificación es el uso que se hace de la mujer, del concepto de mujer o de su imagen, total o parcial, para fines que no la dignifican como ser humano. La cosificación deshumaniza las mujeres y las muestra como objetos no pensantes que pueden ser expuestos, explotados y utilizados como se desee.

Aunque como concepto la cosificación aparece durante los años setenta, encontramos casos documentados de cosificación en los siglos XVII y XVIII , pero es en la actualidad cuando se ha convertido en un problema mucho más relevante.

La cosificación es una forma de violencia machista que nos cuesta identificar como tal por la normalización social que hemos hecho. La sociedad consumista nos bombardea diariamente con miles de mensajes directos y subliminales que no somos capaces de analizar de forma consciente pero que se instalan en nuestro cerebro y, sin darse cuenta de ello, los acabamos aceptando.

Si observamos lo que diariamente nos rodea encontraremos la cosificación en los anuncios publicitarios, el cine, en la letra de las canciones, en el trato periodístico que reciben las atletas femeninas, en la prensa escrita, en los disfraces infantiles, en las ofertas lúdicas y de juguetes para niños y niñas, algunos uniformes escolares, en las ofertas laborales, en determinadas exigencias en los lugares de trabajo, los uniformes de algunos establecimientos, el vocabulario utilizado por mujeres y hombres, etc. ¡Y esto lo normalizamos!

Todos estos mensajes equiparan las mujeres con objetos, cosas, al tiempo que les crean necesidades ficticias como ser como las modelos que nos muestran las campañas publicitarias y que son objetivos imposibles, ya que son mujeres irreales, inexistentes, el resultado de la manipulación de su cuerpo con programas informáticos.

Por lo tanto, campañas fuertes, con grandes intereses económicos detrás, se esfuerzan por vender productos de belleza y operaciones quirúrgicas para ser como las mujeres que luego, en otras campañas, son tratadas como objetos, demasiadas veces fotografiadas en posturas degradantes, vejatorias y humillantes, totalmente cosificada y objetivadas. ¡Y esto lo normalizamos!

Las consecuencias de la cosificación son amplias. Por un lado, generan muchos problemas de salud, físicos y psicológicos, en mujeres y, sobre todo, en adolescentes que pretenden lograr un cuerpo como el que ven en la publicidad. Dietas alimenticias nada saludables que provocan problemas endocrinos, anorexia, bulimia, efectos secundarios de medicamentos para adelgazar, efectos de operaciones quirúrgicas de estética que no siempre cumplen las medidas sanitarias adecuadas y depresiones por no alcanzar el objetivo son los más frecuentes. Por otra parte, el hecho de deshumanizar las mujeres, o sea de mostrarlas como objetos no pensantes, hace que se instale en el imaginario individual y colectivo la idea de que están a disposición de ser utilizadas cuando y como convenga, y, además, que ellas no tengan nada que decir. ¡Y también lo normalizamos!

Cuando una cuestión está tan normalizada por la sociedad de forma generalizada no se considerada ningún problema, y ​​cuando no se considera un problema no se ve la necesidad de actuar.

Es un problema y hay que hacernos conscientes de su alcance. Hay que desaprender todo lo que hemos aprendido de forma inconsciente e impuesta y analizar individualmente el cómo y el porqué se utilizan las mujeres con fines mercantilistas y de satisfacción de todo tipo de necesidades ajenas. Sólo cuando veamos la dimensión que supone el maltrato público y diario del cuerpo de las mujeres en las campañas, veremos las consecuencias de esta cosificación: discriminación, deshumanización, desnaturalización, sumisión y objetivación son, sin duda, la raíz de las violencias machistas. Una raíz troncal, fuerte, que se ramifica en miles de raíces secundarias que van alimentando el tronco y que hacen que el problema sea más y más grande y difícil de erradicar.

Desde CCOO hemos diseñado una campaña que implantamos en diferentes etapas para erradicar la cosificación de las mujeres y que lleva por nombre «Cuerpo sí, cosa no». Los objetivos son enseñar al activo sindical a desaprender todo lo que ha aprendido para ser conscientes del alcance y la profundidad del problema; aprender a identificar los problemas de cosificación en el ámbito laboral y dar herramientas y estrategias para actuar; identificar la necesidad de recurrir a la autoridad laboral y, si es necesario, actuar en consecuencia, etc. En definitiva, tomar conciencia, aprender a identificar y actuar son el primer paso para que, poco a poco, pongamos a las mujeres en el lugar donde les corresponde, restituyendo su dignidad, sus derechos y su valía. Es el primer paso para situarlas en el lugar de las personas y con derecho a ser tratadas en consecuencia.

Con información de Catalunyaplural.