“En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?”; las revoluciones de Sor Juana Inés de la Cruz

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Cuando pequeña, Juana Inés de Asbaje escuchó rumores que afirmaban que quienes comían queso corrían el riesgo de volverse poco inteligentes; resuelta a evitar tan atroz efecto, la párvula, pese a que este aperitivo era una golosina común a su corta edad, se abstuvo de comerlo, pues sus ansias de conocimientos eran más grandes que cualquier bocado.

Poco después, a la edad de siete años, y tras enterarse que en la Ciudad de México existían escuelas en las que se instruían a varones, suplicó a su madre enviarla allí con unos familiares para ingresar a la escuela haciéndose pasar por varón.

Estos son dos momentos de la vida de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) que dan cuenta de las convicciones de la poetisa, su inmenso interés por cultivarse y su consciencia sobre las dificultades de las mujeres para acceder al conocimiento.

Dichos pasajes de su vida son narrados en primera persona en el texto “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, una carta escrita por la novicia en 1692 como réplica a “Carta de Sor Filotea de la Cruz”, un texto elaborado por el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien bajo el seudónimo de Sor Filotea, recrimina el interés de Sor Juana en temas filosóficos y reprocha el uso de su talento en temas considerados “profanos”.

La reprimenda en forma de carta es exponente de la incomodidad que generaba la inteligencia de Sor Juana Inés de la Cruz y es un ejemplo de la molestia que despertaba entre la jerarquía religiosa masculina por transgredir con sus textos y elocuencia los límites sociales, culturales y religiosos que estaban establecidos para las mujeres de la época; se trató de un ataque que la flanqueaba principalmente por ser mujer.

“Yo confieso que me hallo muy distante de los términos de la sabiduría y que la he deseado seguir, aunque a longe. Pero todo ha sido acercarme más al fuego de la persecución, al crisol del tormento; y ha sido con tal extremo que han llegado a solicitar que se me prohíba el estudio”, señala Sor Juana en dicho texto.

Como vemos, el talento literario de Sor Juana, nacida en 1648 en San Miguel Nepantla, hoy Estado de México, y su interés contracorriente a las denominadas “labores femeninas” se hace patente a muy corta edad.

Pronto, debido a su convicción por el saber, decidió entre dos caminos posibles para una mujer de su época: el matrimonio o el claustro, siendo el segundo el camino que elegiría y que la mantendría cercana a las letras y el conocimiento.

En 1667 se unió a la orden de las Carmelitas Descalzas, pero la abandonó pocos meses después para unirse en 1668 al convento de San Jerónimo de las hijas de Santa Paula, donde profesaría como monja y pasaría el resto de su vida.

Su buena relación con la corte virreinal le permitió tener una basta producción literaria, primero con los marqueses de Mancera y posteriormente con los marqueses de la Laguna.

La pasión por las letras de los virreyes los llevó a establecer una estrecha relación con Sor Juana, quien tuvo un trato particularmente cercano con las virreinas Leonor Carreto y María Luisa Manrique, quienes se convirtieron en sus protectoras, mecenas e inspiración de múltiples poemas.

La intensa amistad con la corte virreinal llevó a que sus obras fueran publicadas en España. Gran parte de su obra se publicó en Madrid en 1691 en un volumen conocido como la “Inundación Castálida”, mientras que el segundo volumen de sus obras se publicó un año después.

Pronto su nombre se hizo conocido y se convirtió en una de las autoras más representativas de la literatura novohispana.

Sor Juana se enfrentó al poder masculino y censurador de la Iglesia y a la moral dominante. Su afán por el conocimiento despertó inquietudes y mantuvo una alerta relacionada con “la obediencia de las mujeres”. Asimismo, su osadía e inteligencia le costaron regaños y exhortos para que se entregara a asuntos sagrados y a Dios.

En “Carta atenagórica”, publicada en 1690, Sor Juana refuta los argumentos teológicos del famoso predicador jesuita Antonio de Vieira, lo cual generó los disgustos que se convertirían en el texto escrito por Fernández de Santa Cruz.

La “Carta atenagórica” tenía como destinatario a Antonio Núñez de Miranda, un sacerdote que fungía como su confesor y con quien Sor Juana decidió romper relación. Núñez de Miranda se desempeñaba como calificador de la Inquisición y entre sus funciones estaba la censura de libros.

“¿De qué envidia no soy blanco? ¿De qué mala intención no soy objeto? ¿Qué acción hago sin temor? ¿Qué palabra digo sin recelo? Las mujeres sienten que las excedan, los hombres que parezca que los igualo; unos no quisieran que supiera tanto, otros dicen que había de saber más”, dice Sor Juana a Núñez de Miranda en “Carta de Monterrey”, epístola con la que marca distanciamiento de él.

Además, agrega: “Mis estudios no han sido en daño ni perjuicio de nadie, mayormente habiendo sido tan sumamente privados que no me he valido ni aun de la dirección de un maestro, sino que a secas me lo he habido conmigo y mi trabajo”.

Posterior a este suceso, a partir de los inicios de la década de 1690, la activa vida intelectual de Sor Juana Inés de la Cruz se ve atravesada por un súbito cambio: se aleja de los estudios, los libros, la escritura y los instrumentos para adentrarse en una vida exclusivamente religiosa.

Así continuó sus últimos años hasta que falleció el 17 de abril de 1695 a causa de la peste.

La vida de Sor Juana, al igual que la de otras figuras destacadas de la historia, está repleta de conjeturas y elucubraciones que ascienden al nivel del mito. Sin embargo, sus aportes literarios y biografía dan cuenta de la inteligencia y astucia de Sor Juana dedicadas a abrir y andar caminos difícilmente transitados por mujeres, sobre todo en el contexto histórico en el que vivió.